Llevo tiempo retrasando este pequeño texto, pero va siendo hora de ponerme serio y hablar un poco de algo recurrente. Tengo que admitir que no toco Zelda: Breath of the Wild desde Mayo de 2017, algo que a fin de cuentas a muchos le sorprende cuando lo menciono. Con el lanzamiento de su secuela en unas semanas, la conversación continua es la de volver a las tierras de Breath of the Wild, algo a lo que me sigo negando pero muchos no terminan de entender.

Zelda: Breath of the Wild es algo especial, en el sentido de que lo pude jugar en un momento de mi vida bastante complicado. Había perdido las ganas de jugar a los videojuegos y necesitaba desconectar todo lo posible con la depresión tan grande que llevaba encima.

Cuando tuve la caja con la Switch y el juego, fui algo reacio a encenderla, pero tenía que probarla. Los primeros momentos fueron difíciles porque apenas podía concentrarme y las sesiones fueron muy cortas, de unos quince o veinte minutos. No fue hasta unas semanas después que poco a poco me fui animando a perderme por las tierras de Hyrule, pero seguía costando de un inicio. No voy a negar que fue una amiga quien me dijo que intentase desconectar con el juego, más de lo que ya hacia leyendo libros o saliendo a hacer rutas.

Pasaron dos meses en los que poco a poco le fui pillando cariño y explorar se convirtió en algo esencial para desconectar. Fue el 7 de Mayo de 2017 cuando vi los créditos en pantalla y me rompí totalmente, tanto que las lagrimas no paraban de fluir como si fuesen una cascada. No por nada en especial, sino porque algunas cosas vinieron a mi cabeza y Breath of the Wild se convirtió en “algo más” que me acompañaba en el camino que tuve que recorrer.

Antes de continuar, Breath of the Wild no fue el que me sacó del pozo, ya que un videojuego se suma a las experiencias vividas, pero realmente no te ayuda a sanar si te encuentras en una depresión. Puede ser algo más y ayuda aunque sea un poco, pero el esfuerzo de salir de dicho pozo recae en la persona y en la ayuda externa que te puedan ofrecer.  De igual forma, todo suma y el juego se convirtió en una cosita más junto a todo lo demás que estaba sucediendo ajeno a los videojuegos.

Tras toda esa explicación, llega el tema principal. ¿Volver a Breath of the Wild? ¿Rejugarlo? No, no quiero volver a explorar las tierras de hyrule.

The Legend of Zelda: Breath of the Wild fue especial en su momento y quiero que siga así. Una experiencia que viví de otra manera y que me relajaba por partes iguales. No quiero perder esa sensación al rejugarlo y arrepentirme sobre ello, ya que el recorrer Hyrule con Link fue algo que tengo grabado a fuego. Esas conversaciones tan divertidas sobre algunos descubrimientos o los pequeños secretos que tenía el juego, solo hacían que animarme a seguir explorando cada rincón, pero lo que más me gustaba… Era recorrer los prados a caballo y darme una vuelta sin pensar en objetivos.

No sé cuantas fotos tendré almacenadas en la Switch, pero de vez en cuando me da por echar un vistazo a todas las que hice. Cada una de ellas tiene algo que me llamó la atención e incluso algunas que solo me quedo observando el horizonte.

Ahora llega The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom y ahí sí que volveré a las tierras de Hyrule. Esta secuela me la tomo como una continuación de aquel momento tan duro de mi vida, una en la que volveré a Hyrule pero pensando en todo lo que me ha ido sucediendo estos últimos años. Igual que su mundo ha cambiado, también lo ha hecho el mío.

Puede que este texto sea raro para algunas personas, pero seguro que algún juego se encuentra en vuestros recuerdos por jugarlo en un momento bastante duro.

En fin, gracias por llegar al final de este texto, ya que ha sido algo duro de escribir recordando algunas cosas por entonces. De igual forma quería responder a la pregunta del por qué no quería rejugarlo y, a lo tonto, ha salido un precioso texto de casi 800 palabras.

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Artista foto portada: Pao Yong