A unas tres semanas de la salida de Diablo IV y dejando a mis espaldas cuatro betas cada una mejor que la anterior, he de decir que estoy muy contento con el futuro que se nos avecina en Santuario. Todo el mundo está con ganas de volver una vez más a Santuario, pero yo he de decir que NO, no estoy con ganas de volver y, parafraseando a Harry Patridge en su canción «Back To Tamriel», no puedo volver ya que nunca me fui.

Llegué al mundo de Santuario allá por el 2000, aunque el juego ya llevaba cuatro años en el mercado. Tuve la oportunidad de completar el primer juego en una Play Station junto a mi hermano y, si mal no recuerdo, la partida guardada ocupaba toda una memory card.

Al poco de terminarlo, llegó Diablo II y su gran expansión Lord of Destruction. El primer juego me pareció memorable, pero este juego era gigante, mapas que se reseteaban cada vez que salías del juego, enemigos duros de roer, jefes con combates largos e intensos… Sí, me pareció complicado vencer a Diablo en el primer juego, pero en este era el Terror en todo su esplendor y sus hermanos no se quedaban atrás.

Tuvimos que esperar once largos años para que nos expandieran el lore con la salida de Diablo III. El juego no era perfecto en su salida, pero no desmejoraba el resultado final, y con el cambio de grupo de desarrollo, tuvimos una genial expansión a la altura de lo que debería haber sido Diablo III.

Reapers of Souls me hizo soñar de nuevo, todos los cambios que nos aportó y las temporadas fueron magistrales. Ni que decir de la llegada de la clase Nigromante y, esta vez, de verdad y no esa intentona del médico brujo.

Poco antes de salir Rise of the Necromancer, ya sé hablaba de una nueva expansión que continuaría la historia, cosa que no llegó a suceder. Diablo III tenía un problema de mecánicas de juego insalvables, todo lo que se hizo fue parchear el juego, así que anunciaron Diablo Immortal justo un  año después. La mayoría lo rechazó de inmediato por ser para móviles, pero Blizzard no da puntada sin hilo, estaba alisando el camino. Antes de la llegada de Diablo Immortal, tuvimos la remasterización de Diablo II, ya que Immortal ocurre 5 años después de la destrucción de la Piedra del Mundo. Mencionar que esta remasterización del Diablo II es incluso mejor si cabe que el original.

Pero, sí, me he dejado algo, ya que en 2019, nuestras plegarias fueron escuchadas. Por nada más y nada menos que por la hija del Odio, Diablo IV fue anunciado.

Pero… ¿Dónde estaba Immortal? Creo que ha sido el juego con más rechazo de la historia de Blizzard, aunque también salió para PC y lo disfruté mucho más que en móviles. Finalmente salió el 2 de Junio de 2022 y, sinceramente, la historia fue impresionante. Pude disfrutar del juego dejando de lado toda la parte online, ya que junto a mi mujer estuve cuatro meses que no lo dejábamos ni a sol ni a sombra.

Y ya casi cerrando 2022, me llegó un email de Blizzard invitándome a probar la beta privada de Diablo IV. Estaba entusiasmado con esta oportunidad y no es que la beta estuviera a la altura de mis expectativas, sino que estuvo mucho más alta, siendo una experiencia increíble. Era el mapa completo e incluía a Ashava a nivel 100, así que si os pareció complicada a nivel 25… imaginad a ese nivel. Con cada nueva beta mis ganas de entrar en este nuevo capítulo de Santuario aumentaban, ya que el trabajo que esta haciendo Blizzard es innegable y estamos ante una joya mayor que Diablo II.

El próximo 6 de Junio de 2023 nos volveremos a ver en Santuario y, esta vez, en el reto definitivo sin betas de por medio.